Hasta el siglo IV la doctrina mayoritaria de la Iglesia siguio y tendio a perpetuar un marcado pacifismo antimilitarista, reformado tras la victoria de Constantino sobre Magencio en la batalla del Puente Milvio. Esta tendencia belicista que legitima la intervencion de los clerigos en asuntos de guerra se afianza con los decretos del Concilio de Arles (ano 314) y de Nicea (ano 325). San Agustin y su idea sobre la guerra justa, ampliamente utilizada en el Decreto de Graciano, contribuyeron del mismo modo a esta polemica. La fundacion de la Orden del Temple (1119) trajo la aprobacion de la llamada regla latina inspirada por San Bernardo (defensa de viudas, huerfanos, pobres y de la Iglesia), de influencia islamica, que permitio estrechar los margenes entre caballeros y religiosos. En su Liber ad milites templi. De laude novae militiae Bernardo de Claraval defendera la licitud doctrinal de la idea del monje guerrero. Incluso al combatir bajo el plan de Dios (o del Papa) hasta un caballero de oscuro pasado se convertia en brazo de la Providencia. En este contexto el surgimiento y generalizacion de las Ordenes Militares queda justificado por las siguientes circunstancias: a) la transformacion de los guerreros en bellatores; b) la renovacion del monacato; c) el espiritu de cruzada y la transformacion de la guerra justa en santa; y d) influencia de la yihab y el ribat islamicos. Pero "(...) mientras que en el Islam, la yihab es una obligacion de todos los hombres aptos para la guerra (...), en el cristianismo, aunque la cruzada fue una obligacion moral de todos los fieles, la existencia del orden feudal, senorial y estamental, unido a la antigua tradicion monacal, imprimieron unas caracteristicas peculiares a las organizaciones monastico-militares (con miembros profesionales, sujecion a una Regla, con votos de castidad, obediencia, pobreza, jerarquizacion...) que las diferenciaba notablemente." (p. 652)