Reyre realiza un repaso por la antroponimia en la obra cervantina partiendo de unas advertencias teoricas previas en las que expone la percepcion del nombre propio en el Siglo de Oro basada, especialmente, en el aspecto auditivo. Cervantes presenta dos facetas en su uso onomastico: su adhesion a la teoria adamica del signo y una reinterpretacion personal desde la distancia ironica. Tomando en consideracion estas premisas, Reyre analiza brevemente el nombre de Rocinante, de Alonso Quijano y sus variantes, de los monstruos, de las damas y doncellas asi como de Sancho y otros rusticos y aldeanos. Concluye que Cervantes “desmonta o desconstruye la mecanica de la fabrica de los nombres convencionales, sean caballerescos o pastoriles” encontrandonos ante un verdadero “carnaval onomastico” (p. 741)