En su mayor parte las bibliotecas medievales hispanas han nacido al calor de las instituciones eclesiasticas. Era logico que asi fuera, pues la iglesia romana con sus establecimientos diocesanos y comunidades monasticas asumieron el relevo en la historia de las bibliotecas tras la desaparicion del Imperio Romano y el triunfo del cristianismo. (p. 259). Estas inician su historia cierta y documentada desde mediados del siglo VI. Asi Con la biblioteca isidoriana de Sevilla competiran en el siglo VII la de Zaragoza, tal vez radicada en el monasterio de Santa Engracia. Los obispos Maximo, Juan y Braulio, especialmente el ultimo, son hitos de la historia de este deposito zaragozano: su numero de volumenes, el natural desorden propio de una biblioteca nutridisima y presta siempre a intercambios, son bien conocidos. A la biblioteca zaragozana recurren en sus consultas Isidoro de Sevilla, Fructuoso, Valero del Bierzo, los monjes de La Cogolla, el abad Tajon (futuro prelado de Zaragoza), el conde Lorenzo o el abad Emiliano, bibliotecario de la corte real visigoda en Toledo. (p. 260). Posteriormente muchas bibliotecas emigraron o sucumbieron a la destruccion musulmana. Sin embargo, Es natural que otras bibliotecas cristianas se respetaran, pese a vicisitudes politicas, en momentos en que el califato cordobes se distinguia por una floracion bibliofilica singular. (p. 262). Las primeras generaciones tras la catastrofe del 711 se mantuvieron apartadas del lujo de la lectura, con excepcion de los mas elementales libros de la liturgia. En este desierto la biblioteca de Alfonso III o la del obispo Cixila tienen mas fuste. Por contra surgen nuevas obras, de exito indiscutible. En 776, Beato, monje de Liebana, compone su Comentario al Apocalipsis, que durante dos siglos sera la obra de maxima cota editorial. Paralelamente en Aragon se iba formando el fondo de San Juan de la Pena. En el siglo XII son importantes las bibliotecas catedralicias medievales de Tortosa, de Zaragoza, de Siguenza, la importantisima de Barcelona, la de Gerona y la de Vich. Mayor importancia alcanzaran las bibliotecas seglares de la Baja Edad Media, reflejo del nuevo ambiente cultural europeo, que buscaba en el coleccionismo de libros un timbre o tono singular para las familias de nota. Muchas figuras de la casa real aragonesa se distinguiran por su bibliofilia. Leonor de Sicilia, Juan I y su esposa Yolanda de Bar, la condesa Juana de Ampurias, Martin I y muy singularmente Alfonso V el Magnanimo. El mimetismo bibliofilo se extendera a nobles y ciudadanos como don Pedro de Luna o Juan Fernandez de Heredia. A todo lo que antecede se han de unir los fondos bibliograficos surgidos al calor de las universidades, y mas en concreto de sus colegios mayores, como ocurre con Huesca. Pero muy pocas bibliotecas medievales hispanas han llegado a nuestros tiempos integras y en su lugar de origen. Si desea consultar la version electronica de este articulo, pulse aqui